lunes, 19 de mayo de 2014

EL DIABLO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Zorrilla retoma en su Don Juan Tenorio un mito literario que tiene como protagonista a un hombre libertino y transgresor, mujeriego desvergonzado que suele asociarse ─la moraleja cristiana─ a la figura del diablo que encuentra su fin consumido por las llamas. Es con esta imagen apocalíptica con la que termina El burlador de Sevilla y convidado de piedra de Tirso de Molina (1630) pero 200 años después José Zorrilla decide adaptar la historia a su tiempo y a su personalidad.

Don Juan Tenorio tiene dos partes que se corresponden con dos mundos opuestos. El primero es el carnaval, la época del año en la que está permitido el incumplimiento de toda norma social y moral (tiene origen pagano pero fue adaptado a las convenciones cristianas), de ahí que sea en esta parte de la obra donde un Don Juan enmascarado, cumple a la perfección su papel y comete todas sus burlas y desafíos (reta a Don Luis, planta cara a su propio padre, apuesta con la novicia Doña Inés, la rapta y acaba matando a Don Gonzalo y a Don Luis). El segundo, la cuaresma, el espíritu contenido que ha de purificarse antes de la Semana Santa y que se personifica en el protagonista arrepentido de sus accionespasadas, que se confiesa a la estatua de su amada muerta y le llora desconsolado.

En medio de esta síntesis romántico-cristiana está el acto central de la obra aquel donde ya solo su título marca el abandono del espacio festivo y la colocación del espacio teatral en un locus amoenus descrito por Don Juan en sus conocidas palabras de amor a Doña Inés (¿No es verdad ángel de amor…?). Es este sentimiento verdadero hacia la novicia el que lo salvará de sus pecados y del fuego eterno que le corresponde y así o cree el propio Juan Tenorio:

No es, Doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mi
es Dios, que quiere por ti
ganarme para él, quizás.

Pero su aparente salvación será interrumpida por el Comendador y por Don Luis que aparecen para matar al protagonista, pereciendo finalmente ellos y sumando un delito más a la lista de Don Juan.
Liguemos este acto IV con los tres últimos de la obra: una vez que el avergonzado Tenorio ha desahogado sus penas y frustraciones la sombra de Doña Inés se le aparece y le ofrece una alternativa al fuego eterno que merece, pues por su candidez Dios le ha permitido ser enterrada junto a él, pudiendo ser el destino de ambos el cielo o el infierno, según la elección del protagonista. Aquí Don Juan ha perdido el autocontrol, no es el mismo hombre seguro y valeroso de la primera parte, no sabe si creer que todo es un sueño.
Cuando es interrumpido por la presencia de sus dos compañeros Avellaneda y Centellas, no puede permitir la burla de aquellos que antaño lo tuvieron por caballero modelo, de manera que intenta recuperar su antigua personalidad ante ellos. Es entonces cuando su espíritu transgresor invita a la estatua del Comendador a cenar con él y sus amigos, demostrando así que no solo puede retar a los vivos, también a los muertos.
Aquí introduce Zorrilla la gran novedad en el mito donjuanesco pues la personalidad sacrílega y blasfema no es auténtica en nuestro protagonista, sino que es un disfraz para su inseguridad y falta de confianza. El Don Juan de Zorrilla se humaniza, probablemente por la presencia virginizada de Doña Inés, que ha conseguido que el hombre ame, se arrepienta y se purifique.

Por eso, este protagonista diferente  al tradicional morirá junto a ella y no arrastrado por las sombras. ¿Por qué Zorrilla elige este final? Porque aunque romántico también era creyente cristiano ─la fe en Dios ayudaba (y ayuda) a muchos a encontrar la explicación a los enigmas de la vida─ y no puede evitar sustituir el fuego del infierno, el elemento satánico, por la salvación cristiana, la luz celestial de Doña Inés que hace que Don Juan deje de ser donjuán, un mito, y lo convierte en un ser humano. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario