Zorrilla retoma en su Don Juan
Tenorio un mito literario que tiene como protagonista a un hombre libertino
y transgresor, mujeriego desvergonzado que suele asociarse ─la moraleja
cristiana─ a la figura del diablo que encuentra su fin consumido por las
llamas. Es con esta imagen apocalíptica con la que termina El burlador de
Sevilla y convidado de piedra de Tirso de Molina (1630) pero 200 años
después José Zorrilla decide adaptar la historia a su tiempo y a su
personalidad.
Don Juan Tenorio tiene dos partes que se
corresponden con dos mundos opuestos. El primero es el carnaval, la época del año en la que está permitido el
incumplimiento de toda norma social y moral (tiene origen pagano pero fue
adaptado a las convenciones cristianas), de ahí que sea en esta parte de la
obra donde un Don Juan enmascarado, cumple a la perfección su papel y comete
todas sus burlas y desafíos (reta a Don Luis, planta cara a su propio padre,
apuesta con la novicia Doña Inés, la rapta y acaba matando a Don Gonzalo y a
Don Luis). El segundo, la cuaresma, el espíritu contenido que ha de purificarse
antes de la Semana Santa y que se personifica en el protagonista arrepentido de
sus accionespasadas, que se confiesa a la estatua de su amada muerta y le llora
desconsolado.
En medio de esta síntesis
romántico-cristiana está el acto central de la obra aquel donde ya solo su
título marca el abandono del espacio festivo y la colocación del espacio
teatral en un locus amoenus descrito por Don Juan en sus conocidas
palabras de amor a Doña Inés (¿No es verdad ángel de amor…?). Es este
sentimiento verdadero hacia la novicia el que lo salvará de sus pecados y del
fuego eterno que le corresponde y así o cree el propio Juan Tenorio:
No es,
Doña Inés, Satanás
quien pone
este amor en mi
es Dios,
que quiere por ti
ganarme
para él, quizás.
Pero su aparente salvación será
interrumpida por el Comendador y por Don Luis que aparecen para matar al
protagonista, pereciendo finalmente ellos y sumando un delito más a la lista de
Don Juan.
Liguemos este acto IV con los tres
últimos de la obra: una vez que el avergonzado Tenorio ha desahogado sus penas
y frustraciones la sombra de Doña Inés se le aparece y le ofrece una
alternativa al fuego
eterno que merece, pues por su candidez Dios le ha permitido ser enterrada
junto a él, pudiendo ser el destino de ambos el cielo o el infierno, según la
elección del protagonista. Aquí Don Juan ha perdido el autocontrol, no es el
mismo hombre seguro y valeroso de la primera parte, no sabe si creer que todo
es un sueño.
Cuando es interrumpido por la presencia de sus dos
compañeros Avellaneda y Centellas, no puede permitir la burla de aquellos que
antaño lo tuvieron por caballero modelo, de manera que intenta recuperar su
antigua personalidad ante ellos. Es entonces cuando su espíritu transgresor
invita a la estatua del Comendador a cenar con él y sus amigos, demostrando así
que no solo puede retar a los vivos, también a los muertos.
Aquí introduce Zorrilla la gran novedad en el mito
donjuanesco pues la personalidad sacrílega y blasfema no es auténtica en
nuestro protagonista, sino que es un disfraz para su inseguridad y falta de
confianza. El Don Juan de Zorrilla se humaniza, probablemente por la presencia
virginizada de Doña Inés, que ha conseguido que el hombre ame, se arrepienta y
se purifique.
Por eso, este protagonista diferente al tradicional morirá junto a ella y no
arrastrado por las sombras. ¿Por qué Zorrilla elige este final? Porque aunque
romántico también era creyente cristiano ─la fe en Dios ayudaba (y ayuda) a
muchos a encontrar la explicación a los enigmas de la vida─ y no puede evitar
sustituir el fuego del infierno, el elemento satánico, por la salvación cristiana,
la luz celestial de Doña Inés que hace que Don Juan deje de ser donjuán, un
mito, y lo convierte en un ser humano.
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