Cuando se trata de abordar la cuestión
ideológica en el periodo romántico, es inevitable no acordarme del título
de uno de los grabados de Goya: «El
sueño de la razón produce monstruos».
Efectivamente, el Romanticismo surge como reacción ante el pensamiento
ilustrado, cuyo pilar fundamental, la razón, se ve desplazado por el
individualismo y el subjetivismo.
Siguiendo la teoría pendular que ha
regido las fuerzas de creación literaria
a lo largo de la historia, nos encontramos en un momento en el que predomina el
sentimiento y la conciencia del Yo autónomo−el autor es visto como genio
creador, es el único capaz de vislumbrar la verdad que hay tras este mundo
aparente (para más información sobre este periodo: http://www.rinconcastellano.com/sigloxix/psicol.rom.html#)−, estas
fuerzas de creación son las que rigen obras como El estudiante de Salamanca (1840) y el cuento La peña de los enamorados (1836). Temas como el amor trágico, la
venganza y la religión−tratados en ambas obras− son los que interesaban a los
autores de la época. Todo ello, unido a
una ambientación fantástica o mítica: si la primera nos sitúa en una
Salamanca envuelta en un ambiente espectral, la segunda nos remite a una época
legendaria y mítica, Antequera en la época medieval de Al-Andalus.
Bien sabido es que uno de los aspectos
más relevantes de la estética romántica es la exaltación del yo−motivada por el
auge de los nacionalismos−, así como la rebeldía, divisa de escritores románticos como el
propio Espronceda, o Mariano José de
Larra, quienes a su vez toman el ejemplo del francés Victor Hugo, máximo
representante del Romanticismo liberal.
En el Estudiante de Salamanca, Félix de Montemar, «segundo Don Juan Tenorio»,
es protagonista de una trágica muerte, que acontece en el instante en el que
descubre el cadáver de su amante. Ciertos críticos han interpretado la actitud
que se le otorga a Félix de Montemar a lo largo de la obra como el resultado de su obstinación y rebeldía contra
la divinidad (Cf. Jean Caravaggio, Historia
de la literatura española del siglo XIX, Ariel, 1994); es aquí donde reside
una de los aspectos que hicieron de este poema narrativo una novedad en la
época.
Una peculiaridad parecida encontramos en
el cuento: los enamorados Zulema y Fadrique deciden acabar con su vida
precipitándose al vacío como acto de rebeldía ante la imposibilidad de profesar
su amor, a la que Zulema responde con la frase de Morir gozando. Es significativo el uso de esta frase, pues no es
más que la expresión del triunfo del goce sobre la virtud religiosa. La
contienda entre estas dos fuerzas antagónicas ha sido tratada en una obra
anterior y tan trascendental como La
Celestina.
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