sábado, 24 de mayo de 2014

La rebeldía y el individualismo: ingredientes capitales en las obras románticas

Cuando se trata de abordar la cuestión ideológica en el periodo romántico, es inevitable no acordarme del título de  uno de los grabados de Goya: «El sueño de la razón produce monstruos».  Efectivamente, el Romanticismo surge como reacción ante el pensamiento ilustrado, cuyo pilar fundamental, la razón, se ve desplazado por el individualismo y el subjetivismo.

Siguiendo la teoría pendular que ha regido  las fuerzas de creación literaria a lo largo de la historia, nos encontramos en un momento en el que predomina el sentimiento y la conciencia del Yo autónomo−el autor es visto como genio creador, es el único capaz de vislumbrar la verdad que hay tras este mundo aparente (para más información sobre este periodo: http://www.rinconcastellano.com/sigloxix/psicol.rom.html#)−, estas fuerzas de creación son las que rigen obras como El estudiante de Salamanca (1840) y el cuento La peña de los enamorados (1836). Temas como el amor trágico, la venganza y la religión−tratados en ambas obras− son los que interesaban a los autores de la época. Todo ello, unido a  una ambientación fantástica o mítica: si la primera nos sitúa en una Salamanca envuelta en un ambiente espectral, la segunda nos remite a una época legendaria y mítica, Antequera en la época medieval de Al-Andalus.

Bien sabido es que uno de los aspectos más relevantes de la estética romántica es la exaltación del yo−motivada por el auge de los nacionalismos−, así como la rebeldía,  divisa de escritores románticos como el propio Espronceda,  o Mariano José de Larra, quienes a su vez toman el ejemplo del francés Victor Hugo, máximo representante del Romanticismo liberal.
En el Estudiante de Salamanca,  Félix de Montemar, «segundo Don Juan Tenorio», es protagonista de una trágica muerte, que acontece en el instante en el que descubre el cadáver de su amante. Ciertos críticos han interpretado la actitud que se le otorga a Félix de Montemar a lo largo de la obra como el  resultado de su obstinación y rebeldía contra la divinidad (Cf. Jean Caravaggio, Historia de la literatura española del siglo XIX, Ariel, 1994); es aquí donde reside una de los aspectos que hicieron de este poema narrativo una novedad en la época.
Una peculiaridad parecida encontramos en el cuento: los enamorados Zulema y Fadrique deciden acabar con su vida precipitándose al vacío como acto de rebeldía ante la imposibilidad de profesar su amor, a la que Zulema responde con la frase de Morir gozando. Es significativo el uso de esta frase, pues no es más que la expresión del triunfo del goce sobre la virtud religiosa. La contienda entre estas dos fuerzas antagónicas ha sido tratada en una obra anterior y tan trascendental como La Celestina.

De estas dos obras, aunque diferentes, podemos concluir que ambos autores hacen plausible el individualismo y la rebeldía que caracteriza a un periodo tan fascinante como es el Romanticismo;  periodo en el que estos ingredientes, combinados con el subjetivismo hacen posible la creación de estos «monstruos», que como afirma el grabado de Goya, bien pueden haber sido producto del «sueño de la razón». 

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