Empecemos por la Constitución
de 1812 ─y más aquí y ahora, dos años después de su Bicentenario tan insistentemente
celebrado─ e intentemos conocer y entender el momento histórico en que se
escribe esta literatura. En las Cortes de Cádiz, los intelectuales ilustrados
fugitivos de la invasión napoleónica se aventuraron a redactar una proclama de
libertades y derechos, el más sonante de todos: soberanía nacional. Los diputados (no todos, investíguese a Bernardo Mozos de Rosales) estipularon que el poder habría de estar dividido y que el soberano y su poder ejecutivo, estarían
sometidos a las propias Cortes, supuestas representantes de la nación (cf. título IV, capítulo I). El afortunado elegido como debutante no fue otro
que Fernando VII, una de las joyas de nuestra Corona borbónica, que nada más
ser restituido por Napoleón en el trono (el conquistador francés estaba
teniendo ciertas discordancias con los rusos) mandó al garete a La Pepa y a todo lo que tenía
que ver con el liberalismo y sus defensores: comenzaba el Sexenio Absolutista (1813-1820). Como era de esperar, recién
llegado Fernando a la capital, los responsables de aquel atentado contra los
privilegios del Absolutismo fueron enseguida perseguidos y arrestados, y he ahí
el tema del congreso que recientemente (6-8 de mayo) se celebró en la
Universidad de Cádiz: «La represión absolutista y el exilio».
Dada la importancia de la ciudad andaluza como germen de
proclamas liberales, fueron muchos los gaditanos que tuvieron que huir para
evitar ser encarcelados. Salvador Daza Palacios se centró en el comisionado regio de Sanlúcar y prefecto de
Jerez, Joaquín María Sotelo. Este jurista nacido en Almería ejerció
numerosos cargos (entre ellos su participación como consejero en la ocupación
del territorio portugués, ordenada por Carlos IV) que lo colocaban bajo el
renombre de patriota (ya sabemos que
en esta época todo estaba supeditado a la dicotomía nacionalista/afrancesado).
Sin embargo Fernando VII pide en 1813 su destierro y expulsión. Fue tras los
sucesos del 2 de mayo de 1808 cuando empezó a ponerse en duda su patriotismo:
en 1809 fue consejero de Estado de José I (Pepe Botella, para a quienes les
suene más) y después desempeñó los cargos por los que según el conferenciante
se le acusaba de desobediente y dañino para la nación. Fue capturado y
encerrado en Zaragoza mientras se extendían opiniones muy variadas sobre él. Había
varias declaraciones que favorecían a su reputación: el general Palafox lo
juzgaba como benevolente en sus cargos en Cádiz y como rápido sometido al
reinado del recién llegado monarca, era un consumado y fiel creyente y muchas
personas le profesaban su agradecimiento. Sin embargo, un abogado de Sanlúcar
insistía en un informe que Sotelo fue un desobediente en sus obligaciones y un
instigador de las ideas francesas, otros personajes contribuían a que el
prefecto no abandonase la prisión; así su proceso judicial se extendió hasta
1818; del veredicto final, del mismo no tenemos documentos claros (el informe
está incompleto), dijo Daza Palacios, pero sí sabemos que llegó a Sevilla
rehabilitado en su puesto y que se libró del destierro que muchos le buscaban
por su religiosidad.
Penal de las Cuatro Torres, San Fernando |
Otro gaditano sufridor de las consecuencias
del regreso
del hijo de Carlos IV fue Dioniosio
Capaz, natural del Puerto de Santa María y diputado de las Cortes de Cádiz.
Fue uno de los que firmó el decreto del 2 de mayo de 1814 por cuyo primer
artículo no era reconocido Fernando VII como rey si no juraba la constitución
de Cádiz. Su signatura en este documento le valió la detención el 10 de mayo de
ese mismo año. Sin embargo no era necesaria una
prueba tan evidente de
contrariedad al monarca para ser detenido en ese momento: las personas con las
que mantuvo correspondencia Capaz también fueron encerradas por lo sospechoso de sus declaraciones en
las cartas privadas con el diputado
gaditano. Hablamos de Joaquín de Frías y José Valera (padre de Juan Valera),
entre muchos otros; el primero fue encerrado con Francisco Miranda en el penal
de las Cuatro Torres del arsenal de la Carraca en San Fernando y el segundo en
el navío de San Pablo. La mayoría de los contactos de Dionisio Capaz eran
pequeños personajes muy poco importantes y demuestra la arbitrariedad e
injusticia de las acusaciones lo insignificante de las alusiones comprometidas de las cartas que los
imputaban, además del carácter totalmente privado de estas. Se trataba de
simples referencias a la llegada del rey a Madrid, términos como «cobardes» y
«partido servil», declaraciones tipo «las faldas no me dominan, «que la venida del
rey no traiga desazón y haya menos revoluciones», «si se retarda la venida y el
juramento nos vamos a ver envueltos en males», «son imbéciles, bípedos y nada
más» los aduladores del rey o «la soberanía reside en la nación». Los acusados
y detenidos no tuvieron posibilidad de demostrar su inocencia.
De que la represión y persecución de los liberales estaba
a la orden del día en los años de Fernando VII también nos da noticia Mª del
Carmen García Estrade que abordó el tema desde el campo de lo literario a
través de un análisis de «La segunda
casaca», el tercero de los Episodios Nacionales de Benito Pérez
Galdós. En esta conferencia se hizo más hincapié en el papel, totalmente decadente,
de la Inquisición en el siglo XIX: la madre de uno de los personajes (Monsalud,
de tendencia liberal) es arrestada y torturada; su único delito: tener lazos de
sangre con un contrario al régimen. Paralelamente, Pipaón, absolutista por
interés decide cambiar la casaca ante
la evidente decrepitud del reinado de Fernando VII (pronunciamientos militares
aparecen en la obra) y es conducido a los calabozos de la Inquisición, no
pudiendo controlar su horror ante lo infernal de las imágenes. Pero el suyo es
un terror fruto del miedo pues ya no hay instrumentos de tortura en los calabozos,
han sido deshechos para hacer juguetes: los vestigios de la dura Inquisición
ahora entretienen a niños pequeños. De todas formas el autor no se posiciona
inflexiblemente en lo que a la represión respecta pues da la misma visión
apocalíptica de las multitudes proclamando libertad que, en el furor de sus
protestas arrastran a un pobre viejo. Además, el absolutista consumado,
Baraona, también será torturado cuando triunfe el liberalismo: el pueblo
español que nos pinta Benito Pérez Galdós se comporta como una multitud sin
bandera, maltrata igualmente un bando que otro, algo perfectamente observable
en todos los conflictos bélicos de la Historia Universal. García Estrade
destacó de la obra de Galdós su amenidad y fluida lectura que facilitan la
adquisición de la cantidad de datos (obtenidos de las memoria de un anciano en
los tiempos de Alcalá Galiano) y matices sobre el momento histórico, momento
destacado por la infidelidad de un «deseado» que aunque no tardó en ser
destituido (pronunciamiento de Riego: Trienio Liberal), contó con el apoyo de
los absolutistas europeos (Santa Alianza) para restaurar su régimen durante 10
años más.
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