miércoles, 4 de junio de 2014

Derramemos el vino sobre las frescas rosas

“Lo clásico”, algo continuamente repetido en Literatura. Aunque no se valoren ni se reconozcan los textos y en general la cultura occidental están llenos de referencias al mundo grecolatino; a quién no le suenan las hazañas de Hércules, el mito de Dafne, los dioses del Olimpo o la invocación a la Musa. El propio término “lírica” proviene de los orígenes del género, que se acompañaba con la música de un instrumento. Y no solo hablo de mitología entendida como conjunto de mitos, hay autores y obras que no dejan de ser rememorados a lo largo de los siglos: el género pastoril siempre emula a  las Bucólicas deVirgilio, rasgos de los poemas amorosos de Catulo o de Ovidio persisten en poemas posteriores y los viajes llenos de peripecias no pueden dejar de recordar al nostos del Odiseo de Homero. ¿Se puede decir que haya momentos en que todos estos motivos sean mucho más recurrentes? El Renacimiento es una vuelta a lo clásico, un renacer del resplandor del mundo grecolatino y no hay más que leer a Garcilaso para comprobarlo pero es que el Barroco, con Góngora y Quevedo a la cabeza, también está repleto de referencias a mitos y pensamientos clásicos y siguiendo con el campo de la lírica ¿qué pasa con la poesía del siglo XVIII? Pues pasa lo mismo. Recordemos que a partir de 1760 empieza a cultivarse lo que se denomina poesía Rococó, esa suavización de las formas barrocas que tiene como resultado composiciones en versos cortos y ligeros, de sintaxis sencilla y léxico sensual. Para la temática no hay más que buscar los puntos comunes entre las Anacreónticas de Cadalso (ojo al título) (Al pintor que me ha de retratar ), los Idilios y sonetos de Jovellanos (Idilio sexto. A Galatea )y las Odas de Meléndez Valdés (Oda VI. A Dorila ).
La exhortación al goce de la vida, el tan trillado carpe diem, ¿con qué lo relaciona Meléndez?

Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
de leve el viento aspira

y entre brindis suaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos
pues vuela tan aprisa.


Las parras y el brindis por un lado, el gocemos por otro. El primero en admirar líricamente los placeres de la comida y la bebida fue el poeta griego Anacreonte en sus poemas sobre banquetes en los que los comensales no dejan de pedir al escanciador que rellene sus copas: se la llama poesía hedonista (Derramemos el vino sobre las frescas rosas,  que es flor de los amores.  Apuremos las copas ciñendo nuestras sienes con floridas coronas) y en los primeros poemas de los escritores diochescos es muy recurrente. Cadalso también acepta sin problemas la filosofía dionisiaca: pide ser retratado no como un noble y solemne guerrero sino como un Baco Bromio con copa en mano. Y tanto en el texto de Meléndez como en el de Cadalso se hace hincapié en la importancia de la compañía amorosa (Ven, paloma mía le dice el extremeño a Dorila; que lo retrate junto a su Filis, con semblante amoroso, y en cadenas floridas, prisionero dichoso, el gaditano), y esta no vive en discordancia con la corona de pámpano (cfr. Bacanales). Y esto enlaza con la poesía amorosa de corte galante, porque si unas veces se canta la compañía de la amada otras se alaba su belleza y la admiración hacia ella; aquí entran en juego los nombres ficticios que los autores dan a sus amadas. La Filis de Cadalso (cuya muerte es el motivo del tono de sus Noches lúgubres) es una heroína, de la que habla entre otros Ovidio en sus Heroidas; Jovellanos menciona a Clori, ninfa raptada por el Céfiro (viento personificado muy mencionado en los poemas: De la primavera y,  junto a Meléndez, a Galatea, la misma de la que se enamora el cíclope Polifemo que también trata Ovidio y posteriormente Góngora.
La Traducción de Catulo de Cadalso es una ficticia continuación del poema que el poeta latino dedica al pájaro de su amada Lesbia; y Nicolás de Moratín ─aunque a este todavía no se lo puede incluir completamente dentro de la estética Rococó─ escribe una apología al torero Pedro Romero  ) repleta de personajes mitológicos (Apolo, muy relacionado con los juegos y al que se debe la simbología de la corona de laurel; Aquiles, recordado por su valor; Venus, diosa de la belleza; Jasón, que también tuvo que enfrentarse a toros…) y que comparte estructura y tema con los epinicios pindáricos, composiciones en honor a campeones olímpicos que eran comparados con héroes y dioses. 

¿Y qué miga se le saca a esto? A pesar de que la poesía Rococó no destaca precisamente por la densidad de su mensaje sí se puede extraer del hecho de que se recurra al mundo clásico el anhelo de una vida más pura, dulce y sencilla, paralela a la Edad de Oro de Hesíodo y Ovidio.



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