Probablemente, incidir en las mentes de sus lectores ─que ya no eran los de antes, prácticamente toda la población tenía acceso a la cultura, a la de la prensa, al menos─ era lo que tenía Mariano José de Larra en mente con sus artículos. De ahí que, como fervoroso defensor de la libertad ─fervoroso idealista romántico─ observe la realidad social (y no se aisle de ella como hacían otros literatos de su época), escoja sus aspectos más significativos y se los muestre al lector. Cierto es que se los muestra envueltos en dulce, pues aunque su crítica denota unos notables desencanto e insatisfacción, se lo toma con humor, o eso intenta hacer ver a través de sus técnicas humorísticas: ironía, caricatura, reducción al absurdo, parodia, trivialización de conceptos.... Obsérvese el párrafo final de Vuelva usted mañana o este fragmento de «El siglo» en blanco en el que se admiran y defienden las excelencias de leer algo que no está escrito, un sutil reproche a la censura:
Un
artículo en blanco es además picante, porque excita la curiosidad hasta un
punto difícil de pintar. ¿Qué dirá? ¿Qué no dirá? En un mundo como éste de
ilusión y fantasmagoría, donde no se goza sino en cuanto se espera, es
indudable que el hacer esperar es hacer gozar. Las cosas una vez tocadas y
poseídas pierden su mérito; desvanécese el prestigio, rómpese el velo con que
nuestra imaginación las embellecía, y exclama el hombre desengañado: «¿Es esto
lo que anhelaba?».
Pero precisamente la censura no fue ningún impedimento para que Larra hablase de todo lo que le pareció pertinente mencionar. Los manuales clasifican sus artículos en literarios, costumbristas y políticos, nosotros, sintetizando diremos que como defensor de la libertad despreció a los carlistas (¿Que hace en Portugal su majestad?, entre otros muchos), a Mendizábal (Dios nos asista) y al liberal moderado Martínez de la Rosa (Los tres no son más que dos, y el que no es nada vale por tres); pero yo creo que su crítica se puede reducir aún más y circunscribirla a lo social: el hincapié se hace siempre en el enrarecimiento de la población, del hombre que apegado a la tierra, es inamovible, inalterable (sólido: El hombre-globo, lectura recomendada) a pesar de la situación tan convulsa y decadente que vive. España está retrasada (El café), los ricos se dedican a la vida ociosa (La vida en Madrid) y lucen una incesante hipocresía (¿Quién es el público y dónde se encuentra?), mientras los pobres se conforman y viven en su ignorancia (su vida se plasma en la Batuecas de su pobrecito hablador). Los servicios públicos (y no públicos) incompetentes de Vuelva usted mañana reflejan la actitud del español por antonomasia.
La pregunta es ¿es la escritura de Larra útil? ¿sufrieron los lectores la catarsis aristotélica? ¿cambió el mundo del siglo XIX? El pobrecito e ingenuo Larra ansiaba despertar a España con sus artículos y, obviamente no vio resultados directos y evidentes en sus lectres a los que compara con muertos en un cementerio, su única respuesta es el silencio (El día de los difuntos de 1836, mismo tono pesimista en La navidad de 1836); sus intereses, que suponen ser los de la propia sociedad son ignorados. «Solo en la paz de los sepulcros creo» dijo Espronceda, «escribo para parecerme a Espronceda» dice hoy Caballero Bonald... y he aquí en Larra el resultado del intento de considerar la literatura, la cultura, como un instrumento con efecto instantáneo sobre el hombre de a pie.
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