sábado, 21 de junio de 2014

Realismo en La Regenta: prescindiendo del narrador

Desde la primera teoría literaria se ha venido diciendo que la literatura es mímesis, imitación de la realidad, lo único que puede imitar y lo hace a través de la ficción, diciendo qué podría suceder en ella, el único requisito es la verosimilitud, que la imitación sea creíble, puede no ser posible pero ha de ser racional y estar bien expresada.
Bueno, pues esto es lo que se tomaron enormemente en serio los escritores realistas y naturalistas: centran sus esfuerzos en crear una copia lo más fiel posible de la realidad hasta alcanzar una ilusión de realidad. Esta es tal que basta con una lectura detallada de cualquier página de La Regenta de Clarín para obtener una escena perfectamente proyectada, sin ningún cabo suelto. Yo no puedo escoger cualquier página porque tengo instrucciones de analizar un fragmento del capítulo XXVI del libro (otra vez los gajes del oficio del estudiante) pero igualmente vamos a ver como los principios realistas de exhaustividad y objetividad se cumplen.

En casa de Vegallana la tal noticia estalló como una bomba la oración simple que introduce el fragmento nos dice desde un principio el dónde y el cómo (con figura retórica incluida), le sigue una serie de especificaciones de lo que hacían los personajes antes de enterarse de primicia (volvía la Marquesa, toda de negro, de pedir en la mesa de Santa María con Visitación; volvía también Obdulia Fandiño, que había pedido en San Pedro), abuso de aposiciones explicativas.

Dice Flaubert que la gran innovación de la novela realista es la no intervención del narrador para dar a conocer al personaje. Clarín a veces no puede abstenerse de comentar algunos detalles (sentía una inmensa curiosidad y cierta envidia vaga) pero es cierto que solo con la lectura detallada de los diálogos se puede entrever el carácter de sus personajes. Ahí va el análisis de un diálogo con todos los ingredientes del más puro y universal de los chismorreos, entre estas tres mujeres y el obispo, con sus faldas.

Al obispo solo pueden atribuírseles el tratamiento de usted (cualquiera que la oyera a usted), el escándalo por la terminología de la Marquesa (¡Por Dios, Marquesa), que solo puede ser fingido pues si la mujer no tiene ningún reparo (la Marquesa se encogió de hombros) en despotricar de esta manera delante de la máxima eminencia eclesiástica de la ciudad, es que cuenta con su complicidad en lo que a la práctica que llevan a cabo se refeire ; el obispo, como tal, ha de aparentar el respeto hacia la decisión de la Regenta (¡Por Dios, Marquesa no blasfeme usted! Diabluras un voto como este, un ejemplo tan cristiano) pero participa en el comadreo igualmente, empezando porque es él quien anuncia que Ana Ozores saldrá de penitente en la procesión (Sí, señora Marquesa, no se haga usted cruces, Anita está resuelta a dar este gran ejemplo a la ciudad y al mundo). Se pone pues de manifiesto el carácter de la espiritualidad de este miembro de la clase eclesiástica de Vetusta (pues descartamos que se trate de un defensor de la religión interiorizada e iconoclasta).

Obdulia y Visitación se lucen como las prototípicas mujeres adineradas y ociosas, sus comentarios aparentan inocencia y desenfado, pero la malicia despunta contenida en los puntos suspensivos (pero Quintanar…no lo consentirá…; pero se va a destrozar la piel…). La crítica a la inaptitud del marido (empezando por el de Anita, pero, por qué no, extendiéndolo también al propio) tampoco falta: ¿Y el pobre calzonazos dio su permiso? ¡Qué maridos de la isla de San Balandrán!─añadió acordándose del suyo. Y por supuesto no nos íbamos a quedar sin los juicios sobre moda, ¿Y el traje?¿Cómo es el traje?¿Sabe usted? Las preguntas encadenadas reiteran la importancia del dato, pero ninguna respuesta iba a agradar a Obdulia (¿Marrón foncé?.. No dice bien…; otro sería mejor) que viene  a mostrarse como la esnob de la tertulia (oh, lo que es esto,pensaba, indudablemente tiene cachet. Sale de lo vulgar, es una boutade, es algo… de un buen tono superfino) envidiando el protagonismo que está consiguiendo Anita por la procesión.

En cuanto a la Marquesa su frase estrella lo dice todo: pero si en Vetusta jamás ha hecho eso nadie… Representa a la perfección el estancamiento de la ciudad que dormía la siesta y digería el cocido. Lo que más le escandaliza de la Ana nazarena no es el fanatismo e irracionalismo sino la novedad de la decisión; para ella la religión es concebida a la manera ilustrada, como un acto filantrópico (que también responde a sus propios intereses) y hacerlo de otra manera, tan disparatada, la lleva a reaccionar como lo hace (¡vestirse de mamarracho y darse en espectáculo!) ni si quiera da crédito a que el ir descalza sea una práctica común entre mujeres fuera de Vetusta (pero ¿dónde ha visto ella hacer esas diabluras?). 

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